bet vergés coma

Había una vez una tarta de chocolate rodeado de estrellas de mar de galleta de chocolate blanco. Tenía mucha personalidad. Redonda como una cara contenta, llamaba mucho la atención. Lucía en su superficie delicados caballitos de mar de chocolate rojo y peces pequeños de diferentes colores que saltaban sobre olas azules, también de chocolate. Las velas, encendidas como árboles de un bosque en medio de aquel mar, acababan de dar brillo al conjunto.

Unas manos sostenían la bandeja de mantilla blanca de papel que le rodeaba y lo trasladaba a toda velocidad desde la cocina hasta el comedor. A oscuras, claro. El pastel finalmente se encontraba cara a cara con un niño que cumplía años. Un niño que lo miraba maravillado y se lo tragaba todo de golpe con los ojos.

Se oían voces, cantos y aplausos, como es habitual en las celebraciones. Se encendían las luces y se oía un Oh. Y siempre el mismo comentario: ¡Oh, qué pastel tan bonito. Es una pena comérselo . Pero el cuchillo ya había hecho su trabajo y los cortes de pastel desaparecían de platillo en platillo y de boca en boca rápidamente entre mmmh de satisfacción. No dejaban ni una migaja. Porque, claro, el pastel era demasiado bueno para sólo mirarlo! Y todos fueron felices comiendo pasteles, y este cuento se ha acabado!

Así empiezan y terminan todos los pasteles de la Bet, como un cuento. Y no sólo porque son dulces, que esto es una evidencia, sino porque son únicos y muy especiales. En su cocina, Bet maneja los utensilios como si fueran herramientas para escribir. Trata los ingredientes como si fueran letras y hornea delicadas historias en su horno gigante. En los armarios, tiene una inmensa colección de moldes que vienen a ser las ilustraciones de cada cuento. Moldes pequeños y grandes, de silicona o bien de metal. Tienen formas muy diversas: Hay arbrers, muñecos, animales, nubes, flores e incluso cámaras de cine.

Bet, más que una cocinera que hace buenos pasteles, es una escritora que hace cuentos que se comen. Azúcar en polvo, confitura, mantequilla, almendras, leche, chocolate, limón, naranja, y secretos que no quiere decir, acaban configurando cada vez una pequeña historia comestible. Sobre cada bizcocho, esponjoso y blando como una almohada de aquellos que hacen soñar, cuando sale caliente del horno, dibuja algo que complacerá a sus lectores glotones, tanto pequeños como grandes. Porque en cada celebración le conviene una escena diferente y, ante las velas encendidas, en las fiestas no hay edad. La emoción ante la sorpresa es siempre la misma, y Bet lo sabe y nos lo recuerda cada vez que cerramos los ojos y pedimos un deseo. Año tras año, al soplar con fuerza, el aliento nos devuelve el aroma suave del chocolate ...

Bet fabula ante cada nuevo pastel. Nos da placer al hacernos disfrutar de una experiencia digestiva y poética. En cada una de sus pequeñas historias dedicadas hay mucha imaginación. Y ya sabemos que la imaginación despierta el apetito.

Rosa Vergés